
O, de cómo superar nuestro más grande error implica confrontar nuestro terror más grande, y viceversa
En el programa de posgrado donde enseño, a menudo les pedimos a nuestros estudiantes que propongan listas sucesivas de palabras clave como una ayuda para nombrar las intuiciones que motivan sus planes de investigación. Al principio, las palabras tienden a ser poco audaces, ajustadas a un horizonte de expectativas común —una especie de miedo residual a usar la “palabra equivocada” conduce al error de convertirse en presa de la hegemonía léxica— pero al escarbar despacio debajo del vocabulario dominante, invariablemente se encuentran con maneras algo nuevas de hablar, más apropiadas a sus tareas y deseos. La errancia léxica de este tipo tiene un efecto heurístico, y las listas de palabras con frecuencia terminan siendo muy sorprendentes. Hace poco tiempo, un joven investigador propuso una lista que contenía las siguientes palabras: Milenarismo, Fe, Jerusalén Celestial, Arcoíris, Estrellas, Esperanza, Revolución… Raras como parecen a primera vista, las palabras no tanto delinean un campo de investigación sino que abren un horizonte y apuntan a algo mucho más allá. Tales términos nombran un horizonte en el que nosotros —seculares intelectuales de izquierda— equivocadamente hemos perdido la esperanza. En consecuencia, la relativa incomodidad que sentimos al escuchar hablar de Milenarismo o Jerusalén Celestial (excepto, claro, si viene de un Testigo de Jehová). Hemos abandonado, sin duda erróneamente, todas y cada una de las formas de trascendencia, que hemos llegado a asociar, no sin alguna justificación, con los más perversos proyectos predatorios (colonialismo, explotación, etc.), en el corazón de los cuales la trascendencia funcionó como una especie de paliativo metafísico. Pero no solo hemos convertido la trascendencia en una mala palabra; aún peor, la hemos reemplazado por una forma de “pura inmanencia”, que, al no tener punto de anclaje en nuestra tradición occidental, ha terminado jugando el papel de una trascendencia invertida. La pura inmanencia del individualismo posesivo, y el sistema de acumulación que le es inseparable, se han impuesto, por medio del colapso de todo horizonte, como la inmanencia abismal del consumismo.